miércoles, 30 de marzo de 2016

Mitos sobre la calvicie, desde Aristóteles hasta el siglo XXI



Hubo un poeta que escribió hace unos años: "el cabello de la mujer es su corona de gloria". No recuerdo su nombre ni el del título del libro donde leí aquella frase pero la he empleado cientos de veces cuando algún cliente consulta alarmado por remedios para frenar la caída del pelo y uno quiere quitarle hierro a su tragedia.



Para la inmensa mayoría de los mortales, perder el cabello es un drama personal. La imagen de un peine lleno de pelos asusta. Desde tiempos inmemoriales existen fórmulas milagrosas para remediar ese fenómeno pero jamás han funcionado. Sobre el pelo existen tantas preguntas como leyendas urbanas. Cuando alguien solicita información sobre el cabello se ve perdido en un inmenso laberinto de teorías contradictorias, frases aparentemente lógicas y afirmaciones de pretendida sabiduría alejadas de cualquier base científica.
La mayor parte de las creencias populares acerca del pelo tiene su origen comercial y sólo sirven para fines comerciales. Se calcula que cien millones de personas de todo el mundo pierden diariamente tal cantidad de cabello que están abocadas a la calvicie. Son un gran negocio al que le han echado el ojo cientos de 'expertos' y que han dado lugar a un saber popular que establece creencias acerca de casi todo.
Muchos gremios han contribuido a acentuar determinados mitos sobre el pelo. Sin ir más lejos, aún hoy existen barberos que defienden que afeitando el cabello este crece más robusto. Permítanme una comparación. Desde hace miles de años las ovejas son esquiladas con regularidad con el objetivo de proporcionar recursos a una industria en beneficio propio y de la sociedad en general y, sin embargo, continúan produciendo la misma cantidad de lana.
También determinados fabricantes de sombreros reconvertidos en especialistas del pelo atestiguan que la costumbre de ir con la cabeza descubierta es un crimen contra el cuero cabelludo porque los rayos actínicos del sol son los causantes de la calvicie.


Los 'especialistas' en curar el cabello se extravían todos los días a causa de semejantes superficialidades. Aristóteles, uno de los filósofos más notables de todos los tiempos y gran estudiante de ciencias naturales, examinó los dientes de su patrona y observó que eran veintiocho y no se le había caído ninguno. Luego contó los de varios varones en las mismas circunstancias y encontró treinta y dos. En vista de su hallazgo se apresuró a rubricar que las mujeres tenían cuatro muelas menos que los hombres, una afirmación que fue dada por válida durante varios siglos hasta que alguien se tomó un tiempo en hacer lo mismo y darse cuenta que a la patrona de Aristóteles le faltaban las muelas del juicio. Si el gran filósofo fue capaz de equivocarse en un asunto tan evidente, no podemos mostrarnos rigurosos -y menos aún, yo- con otras personas de menor talento intelectual.



A pesar de las múltiples teorías y milagros, puedo decir que en mis cincuenta y seis años de profesión jamás he visto crecer un pelo donde este había desaparecido y hoy por hoy únicamente técnicas como los implantes capilares son eficaces para evitar cabelleras limpias como pistas de patinaje.
La ciencia ha conseguido probar que el cabello es una extensión epitelial de la dermis. Al margen de teorías y fórmulas milagrosas hay verdades absolutas como la relación vital entre el individuo y su producción capilar y, alternativamente, una relación vital entre su cabello y su felicidad.






Ramiro Fernández Alonso
Psicoesteta





PELUQUERÍA PSICOESTÉTICA RAMIRO
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