jueves, 6 de marzo de 2014

ADEMÁS DE CONVENCER HAY QUE SEDUCIR


Coincidirán conmigo en que la competencia, en todos los aspectos de la vida, cada día es mayor y más creciente. Quizá tenga que ver con la globalización; ya no se trata de competir únicamente a niveles locales sino dentro de una comunidad internacional donde es más que probable que exista alguien más preparado que nosotros. Hace meses escuché a Carlos Barrabés, un valiente emprendedor y empresario de éxito, que a día de hoy, para triunfar, había tres fórmulas: "ser el más inteligente y constante del mercado, ser el mejor en lo que haces o molar, es decir, gustar más que la competencia en todos los aspectos". Decía Barrabés que ser el mejor era un reto muy difícil teniendo en  cuenta la infinidad de personas que podrían estar buscando esa misma meta y apostaba por intentar "molar".
¿Cómo lograrlo? Hay muchos factores pero, entre ellos, destacó la importancia de la imagen.
Una buena imagen está asociada a la eficiencia y ésta se relaciona automáticamente con la calidad, la seriedad y el poder. Estas reflexiones vienen a mi cabeza tras leer el  pasado domingo en las páginas de La Nueva España unas declaraciones del presidente del Principado y secretario general de la FSA, Javier Fernández, en las que reclamaba -textualmente- "no convertir las primarias que celebrará su partido el próximo mes de noviembre en un  casting de protocandidatos o un desfile de modelos, para ver quién tiene más glamour, telegenia, proximidad o empatía".
Estoy de acuerdo con nuestro presidente -un político que coordina  bien el peinado, el  vestido, la figura y la personalidad y que denota, a la vista de todos está, su  preocupación por todos estos aspectos-  que en el contexto actual, lo que necesita y demanda la sociedad, tanto de su partido como del resto de fuerzas políticas, son hombres y mujeres con ideas claras, imaginación, visión de futuro y que su acción esté abanderada por la honestidad. 
Esperemos que en sus campañas publicitarias los futuros candidatos se inclinen por opiniones reales y motivacionales y se olviden de los manidos slogans de laboratorios de publicidad. Sería todo más auténtico.  




Es cierto que de poco sirven el glamour, la elegancia o el carisma de un político si en su cabeza, insisto, no hay alternativas a los problemas y proyectos de futuro, pero también  vivimos en la era de la imagen, de la imagocracia, el poder de la imagen que se apodera de casi todo. Estamos inmersos en una sociedad cambiante, competitiva y actualizada que nos afecta a todos. El profesor Carles Muñoz Espinalt ya defendía hace años que "quien cuida su imagen demuestra creer en sí mismo". En el caso de la política, desde aquel primer debate televisado en Estados Unidos entre Nixon y un jovencísimo Kennedy la imagen se cuida al más mínimo detalle. Esa preocupación, como el mundo global, se ha ido extendiendo y calando en los partidos políticos. El italiano Giovanni Sartori, uno de los más destacados politólogos contemporáneos, Premio Príncipe de Asturias de Ciencias Sociales 2005, preocupado por las nuevas tecnologías de la información, publicó la obra 'Homo Videns: la sociedad teledirigida', en la que plantea cómo el predominio de la televisión en la formación de la opinión pública crea una 'videocracia', que en la práctica supone alimentar de sustancia meramente vacía el pensamiento popular. Así se llega a una sociedad que rinde culto a la mediocridad, justo cuando, ahora más que nunca, debemos exaltar la inteligencia,  la creatividad, la iniciativa, el esfuerzo… Lo que nos falta, y debemos buscar con ahínco, son nuevas ideas que nos proyecten en el siglo XXI con seguridad, sin retroceder hacia el pasado por miedo a las incógnitas del futuro.



Pero ojo. Que busquemos la excelencia intelectual no significa que nos dejemos engañar por falsas fachadas ni que renunciemos a una estética moderna y atractiva. Un político, además de convencer tiene que seducir. En el discurso político es casi tan importante lo que se dice como lo que se comunica y si bien es cierto que unas primarias deben ser un escaparate de ideas, el valor de la imagen no se puede ignorar ni dejar en un segundo plano porque es posible que uno no salga en la foto o que simplemente aparezca sin transmitir lo que le gustaría.


Ramiro Fernández Alonso
Psicoesteta




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