domingo, 1 de diciembre de 2013

José Cosmen Adelaida, el hombre de las cuatro haches



  Atreverse simplemente a hilvanar una semblanza de Don José Cosmen Adelaida es una ingenua osadía para los que estamos más acostumbrados a usar las tijeras que las agujas. Mucho más, cuando ya habló la Universidad de Oviedo y usó tan sólo tres palabras: "Doctor honoris causa".

  Pero debo reconocer que, después de releer la deliciosa conversación mantenida con Javier Cuartas, me he dado cuenta de que me sobran las tijeras y me falta hilo para engarzar tantas perlas de humanidad como atesora don José y que Javier, como alumno aventajado, ha sabido arrancar en la primera clase del gran doctor universitario.
  Repetimos sin cansarnos que una imagen vale por mil palabras, pero una palabra de don José suscita mil experiencias, recuerdos y vivencias.
  Don José es un transportista. Dentro de las coordenadas de espacio y tiempo, son muchos los objetos que podemos mover: pieles, telas, especias, bebidas, alimentos...pero él es como San Cristóbal: un porteador de personas enteras, un movedor de nuevas ideas, de relaciones, de emociones, de ilusiones, de sentimientos.
  Más que un gerente empresarial, siempre lo consideré un genial coordinador de recursos humanos, que ahora llamamos director de RR-HH; pero después de analizar la entrevista, veo que me faltan dos haches para completar la regla con la que mide sus actuaciones: Honradez, Humanidad, Humildad y Humor.

  Me llama mucho la atención la H de humor, que para mí es la clave de todas las demás. El humor verdadero no consiste en contar chistes o declamar monólogos. La gracia, el humor, aparece cuando una realidad imprevista rompe la norma o la costumbre de la lógica o de la física y aparece un resultado imprevisto o una conclusión que nada se parece a lo que estábamos pensando. En resumen, la gracia se origina en un fracaso "externo", cuando el fallo es propio, nos molesta y es muy costoso reírse de uno mismo.
  El verdadero humor nace de la aspiración socrática del "conócete a tí mismo": si nos conociéramos bien, sabemos cuáles son nuestras cualidades y nuestras carencias; por eso, cuando fracasamos nos damos cuenta de que hemos intentado algo imposible para nuestras capacidades y nos reímos de nuestra propia osadía. Si no nos conocemos, el fracaso lo achacamos a "los otros", a las circustancias, a la falta de ayuda, a las envidias...

  Dicho ésto,  la H de la humildad, ya no hace falta comentarla. Hoy en día los gerentes empresariales tienen que ser líderes, dominantes, decididos, impulsores. Don José  atribuye todo lo que sabe y lo que ejecutó a la ayuda de sus colaboradores. Llega casi a lamentarse de las dimensiones de su empresa por no poder ya conocer a todos sus conductores y, mucho más bonito, a sus clientes: aquí está la clave de la H de honradez, ser el verdadero puente entre sus trabajadores y los usuarios para que todos perciban la racionalidad de la proporción entre los servicios que prestan y la contraprestación recibida.
  Para la H que me resta, la de humanidad, quisiera decirte un secreto, un recuerdo, una imagen infantil o juvenil: ¿Os acordáis de aquellos chasis de autobuses para encarrozar que circulaban por las penosas carreteras, conducidos por unos extraterrestres con chaquetas de cuero y gafas de piloto pioneros de la aviación, cuya única protección contra las inclemencias era una chapa de cartón piedra? Para mí aquellos futuros autobuses eran Haches con ruedas. No sabía adónde iban, pero estaba seguro de que volverían con una preciosa envoltura llena de color y confort para llevarnos a un destino nuevo y apasionante.
  Gracias, don José, por movernos. La Humanidad necesita cambiar sus espacios. El hombre, cuando viaja, se hace nuevo, se adapta, interioriza, conoce, se relaciona e intenta integrar todo lo que considera beneficioso.
  Has generado encuentros y desencuentros, has convertido lejanías en cercanías.  Tras las ventanillas se vislumbraban alegrías y tristezas, rutinas y novedades, ilusiones y proyectos, esperanzas y fracasos. En resumen, eres un porteador de personas.
  Por último, don José, aunque sea por un día, pierde un poco de tu humildad y reconoces que mereces el título de doctor honoris causa. Te lo digo casi con egoísmo, porque lo mereces tú. Lo merece la Universidad y nos lo merecemos todos los asturianos que te apreciamos y admiramos. Este título no es un regalo, es una necesidad compartida. Tu saber no proviene de una erudición cosechada en códices polvorientos, es conocer para realizar, es el saber de haber hecho. Tienes la oportunidad de seguir enseñando, de continuar llevando emociones y como siempre, sigue viajando con la mochila llena de asturianía e ilusión.


(Artículo publicado en LA NUEVA ESPAÑA el día 3 de septiembre de 2011)